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Sierra Almagrera y el siglo minero

1. Breve descripción geográfica y orográfica de la sierra

De este macizo humilde brotó la opulencia. Sierra Almagrera, Amarguera o Montroy –que todos estos apelativos ha recibido a lo largo de la historia– es una pequeña cadena montañosa litoral situada al noreste de la provincia de Almería, casi en el límite con la de Murcia. Su longitud, de sur a norte, no supera los 14 kilómetros y su altura máxima alcanza unos modestos 366 metros en el pico Tenerife, antiguamente llamado Puntal del Ruso. Hace millones de años fuerzas orogénicas la elevaron del fondo marino y en tiempos geológicos posteriores se formaron los filones de galena argentífera, plata y plomo, cuyo descubrimiento y explotación le concedieron fama universal. Es un sistema montañoso que forma parte de la cordillera Penibética y se halla completamente dentro del término municipal de Cuevas del Almanzora.

Villaricos, en la orilla del Mediterráneo, a los pies de las estribaciones levantinas de Sierra Almagrera. Foto de Carlos Herguido

Hubo quien la describió, si se sobrevolase, como el esqueleto de una descomunal y abatida bestia antediluviana, cuya columna vertebral sería la cuerda de cimas que la culminan mientras los barrancos que se derraman a levante y poniente aparentarían las costillas del animal. Y es que esa es su estructura orográfica, una sucesión de pequeños valles o barrancos que en su vertiente de tierra se prolongan hasta la ribera izquierda de la rambla de Canalejas o Muleria, y en su vertiente de mar se precipitan en el Mediterráneo para formar una hermosa y sugerente costa acantilada en la que se suceden recoletas calas de aguas cristalinas.

Perfil urbano de la pedanía cuevana de Villaricos desde la ladera este de Sierra Almagrera. Foto de Carlos Herguido

En la actualidad Sierra Almagrera está considerada Zona de Especial Conservación (ZEC), junto a las otras sierras litorales de los Pinos y del Aguilón, tanto por sus valores paisajísticos como por la riqueza botánica y faunística que atesora. Además, al haber sido escenario en época contemporánea de una dilatada actividad minera durante más de un siglo, muestra un valiosísimo paisaje histórico en el que sobresalen cuantiosas ruinas y restos de aquella intensiva explotación.

2. Orígenes de la minería en tiempos de fenicios y romanos

Desde que a partir de 1839 se reiniciase la actividad minera en Almagrera en época contemporánea, los primeros ingenieros que dirigieron las explotaciones, ocupados en la redacción de memorias histórico-descriptivas de aquellos cotos, se dieron de bruces con vestigios de una minería ancestral protagonizada por quienes fundaron, gobernaron y habitaron Baria entre el siglo VII a. C. y el V d. C.

Tanto Antonio de Falces, director facultativo de las minas de Carmen y Consortes, como Joaquín Ezquerra del Bayo, que inspeccionó la sierra a comienzos de esta nueva etapa de explotación se percataron de la antigua presencia de fenicios y romanos que laborearon y beneficiaron, como acreditaban los abundantes escoriales, ingentes cantidades de minerales metalíferos de Almagrera. Por fortuna, al trabajo de  observación de  ambos debemos  detalladas  descripciones  de los frecuentes  restos de remotas  explotaciones en  la  zona,  destruidos –según Falces– por “gentes ignorantes” que penetraron en aquellas galerías a modo de desaprensivos conquistadores. Ezquerra confirmará igualmente esta actitud de rapiña: “En el frenesí de la minería que se ha desplegado en todo aquel país de algunos meses a esta parte, han acudido con sus labores a remover los escombros con que los antiguos rellenaron los huecos que resultaban de los minerales que ellos extraían”.

A la izquierda: pico usado en la explotación minera de Sierra Almagrera en época fenicia (siglo III-IV a.C.). A la derecha: resto de copela resultante del proceso de calentamiento para separar la plata y el plomo en época fenicia en Baria (s. VI a.C.)

Pero fue precisamente esa avidez la que destapó el amplio complejo de pozos y galerías que dos milenios atrás horadaron fenicios y romanos. Hubo quien identificó aquellas prospecciones con el mítico y portentoso pozo Baebelo, que suministró al caudillo cartaginés Aníbal 300 libras de plata diarias, y la posibilidad de que así fuese crece si se tiene en cuenta que el área geográfica donde aquel podía hallarse se extendía según las viejas crónicas entre Almagrera y Cartagena, siendo la primera, como el tiempo demostró, la más pródiga en el blanco metal precioso. Falces hallaría en la Sima, una galería que se asomaba a la rambla del Arteal, y que desde entonces es conocida como la “mina romana”, numerosos vestigios como lucernas de barro, pequeños candiles, monedas romanas de bronce y una figura de cobre “de siete pulgadas de altura perfectamente modelada del Hércules de Farnesio”.

A la izquierda: lucerna fenicia-púnica de cerámica hallada en Baria (S. III-II a.C.). A la derecha: ponderal, peso de forma troncopiramidal de plomo hallado en Baria (finales del S. IV – mediados del s. III a.C.).

Estos testigos de excepción aludirán también a la profusa existencia de horruras esparcidas por algunos barrancos de la sierra. Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico, se refiere a las innumerables excavaciones antiguas e inmensas escombreras que abundan en los barrancos de Pinalvo y Francés, que demuestra lo mucho que allí se trabajó en tiempos antiguos como se desprende de la presencia de “monedas y candiles encontrados en ellos y en los inmensos escoriales esparcidos por aquellas inmediaciones”. Además, estos mismos escoriales no solo demostraban fehacientemente la actividad ancestral sobre Almagrera, también se convirtieron en un yacimiento de huesos humanos, utensilios, herramientas, candiles de barro, pequeños lingotes de plomo, calzado de esparto, etc., de esa misma etapa de remota explotación. Los descubrimientos del ingeniero y arqueólogo belga Luis Siret, cuarenta años más tarde, confirmarán esa riqueza en vestigios de una antiquísima minería: halló cuerdas de esparto para enganchar espuertas, cuñas de hierro, candiles de barro, huesos humanos, algunas vasijas, una fíbula y hasta una estela funeraria con la inscripción “Morbos”.

3. Reanudación de las explotaciones tras el descubrimiento de 1838

Fue gracias al empeño y tesón del hacendado cuevano Miguel Soler Molina –involucrado en negocios mineros desde la segunda década del siglo XIX–, ayudado por sus asalariados Andrés López El Perdigón y Pedro Bravo, que a finales de 1830 se produjo en esta pequeña sierra un giro radical en el devenir histórico de Cuevas y las localidades colindantes. En el recóndito barranco del Jaroso se halló un filón de galena argentífera de proporciones hasta ese instante desconocidas. No había transcurrido demasiado tiempo, cuando, con el asesoramiento del mineralogista Julián López Salcedo, Soler logrará formar, no sin esfuerzo por el desconocimiento que sobre los negocios mineros se tenía en la comarca, la primera sociedad minera titulada Carmen y Consortes. En muy poco tiempo los interesados en esta compañía –al principio muy poco convencidos de la futura rentabilidad de su inversión– devinieron en ricos capitalistas, ya que los mil reales que costó cada una de las treinta acciones de la sociedad treparon en poco más de un año hasta el millón de reales de cotización en el incipiente mercado bursátil madrileño.

Plano ensedado que recoge las demarcaciones mineras que ocuparon los principales barrancos de Sierra Almagrera. Encargado por el fundidor malagueño Manuel Agustín Heredia en 1842 a los ingenieros José Mª y Juan Lorenzo de Madariaga. Col. Manuel L. Morales García

Tras este portentoso descubrimiento, el ansia de enriquecimiento desató una fiebre registradora tan inusitada que unos meses más tarde el número de pozos con nombres de minas diseminados por toda la sierra sobrepasó la cifra de 1.700. Cuatro años después de la constitución de Carmen y Consortes, que explotaba las minas Virgen del Carmen, Ánimas y San Cayetano, ya se había realizado más de 3.000 denuncios, de los que unos 300 llegaron a convertirse en demarcaciones. Pero era tal el desconocimiento, la anarquía y la lentitud de las labores que en 1845 solo había nueve minas en explotación, todas en el barranco Jaroso. Entre ellas sobresalían, porque se acercaron al nivel productivo alcanzado por Virgen del Carmen, Observación, en manos del comerciante veratense Ramón Orozco y sus asociados, Esperanza, perteneciente al párroco de Cuevas José Sánchez Puertas y otros religiosos de la localidad, Estrella y Rescatada, las cuales precisamente por los beneficios que repartieron entre sus accionistas fueron llamadas por el eminente ingeniero Joaquín Ezquerra del Bayo “las cinco minas ricas del Jaroso”. Luego vendría la expansión hacia otros barrancos de Almagrera, siendo los de El Francés y Hospital de Tierra los que más riqueza atesoraban.

Sociedad Especial Minera Esperanza y Consortes, dividida en 30 acciones y constituida para la explotación de la mina del mismo nombre, situada en el barranco Jaroso de Sierra Almagrera. Emisión de 1º de marzo de 1860. Col. Enrique Fdez. Bolea

4. El siglo minero: desarrollo y ocaso de las explotaciones

Pero la historia de nuestra minería, aparte de sus momentos productivos álgidos y sus períodos de profundas crisis, estuvo condicionada por el funcionamiento del Desagüe, origen precisamente de esos notorios altibajos. La aparición en 1843 de agua en las profundidades de las explotaciones supuso un grave contratiempo en las labores mineras, de tal manera que para continuar con ellas se hizo necesaria la tarea previa de desaguar en aquellas minas que necesitaban profundizar por debajo del nivel de las aguas para poder continuar las labores. Se buscaron distintas soluciones, desde socavones –Infalible y Riqueza Positiva– que condujeran las aguas hasta el cercano Mediterráneo al empleo de máquinas de vapor, la primera de las cuales, de 100 cv. de potencia, fue instalada en el barranco Jaroso por el ingeniero mecánico belga Paul Colson en 1851, quien una década más tarde se convertiría en el principal proveedor de estos artefactos en la sierra, pero aplicado a las labores de extracción de minerales y personas desde el interior de las minas al exterior y viceversa. Un ejemplo de estos mecanismos se conserva en la mina Encantada del barranco del Chaparral, la máquina de vapor de extracción más antigua de Andalucía, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 2003, que nos ilustra sobre aquella incipiente industrialización que se apoderó de Almagrera superado el ecuador del XIX.

Edificio del Desagüe General de Sierra Almagrera, en el barranco Jaroso. Imagen tomada por el fotógrafo lorquino José Rodrigo Navarro hacia 1875-1880. Fondo Cultural Espín (Lorca)

Desde 1843 la historia del desagüe atravesó por tres etapas, desde su primera instalación en la mina Constancia del Jaroso hasta la última, ya en la década de 1890, en las modernas y costosas instalaciones del pozo Encarnación en el Arteal, después de la segunda y más efímera que trajo consigo la ampliación por parte de la Compañía de Águilas de las instalaciones del Jaroso con la construcción de un nuevo edificio en el barranco Francés y la colocación de otra máquina de vapor en el pozo San Juan. Se vivió, en resumen, una sucesión de paralizaciones y reanudaciones que propiciaron profundas crisis y pasajeras recuperaciones hasta el cierre definitivo de las explotaciones en 1958, después de un recorrido de 120 años de minería en el que se sucedieron altibajos en la producción y períodos de esplendor y de crisis, con empresas enriquecidas y otras arruinadas, con familias que vivieron en la más impensable de las opulencias y otras muchas cuyos miembros soportaron unas deplorables e insalubres condiciones de trabajo que con frecuencia derivaban en fatal desenlace, y todo ello para continuar padeciendo, ellos y sus familias, las consecuencias de una vida mísera e indigna.

Treinta años después del descubrimiento del filón de galena argentífera del Jaroso, en 1869 una nueva fiebre minera se desató en los cotos cuevanos, ahora en Herrerías, a escasa distancia de Sierra Almagrera, como consecuencia del descubrimiento fortuito de plata nativa en la mina Unión de Tres, propiedad de Francisco Soler Flores, hijo del fundador de la minería local Miguel Soler Molina. Esto hizo que, al igual que había sucedido en el Jaroso, se demarcaran y explotaran numerosas minas que, entre 1871 y 1880, produjeron 260.000 toneladas de mineral argentífero, de las que 50.000 se habían extraído solo en el año 1873. Fue precisamente en este coto minero donde dos décadas antes se llevó a cabo por primera vez una explotación a cielo abierto o roza en la conocida mina de Santa Matilde, propiedad del empresario malagueño Guillermo Huelin.

Patio de minerales de la fundición San Francisco Javier, situada en Palomares, que perteneció al empresario malagueño Guillermo H. Huelin. Fotografía realizada por José Rodrigo Navarro hacia 1875-1880. Fondo Cultural Espín (Lorca)

De manera paralela a la extracción de mineral, que se produjo principalmente en la vertiente de tierra de la sierra, en esta misma (Contra Viento y Marea, Acertera y Encarnación) y a lo largo de la costa entre Adra y Alicante, pero con especial concentración en la vertiente de mar de Almagrera (Madrileña, San Francisco Javier, San Andrés, Carmelita, Esperanza, Tres Amigos, Dolores, Santa Ana, Purísima Concepción…), comenzaron a levantarse fábricas que llevaron a cabo los procesos metalúrgicos necesarios para la fabricación de lingotes y galápagos de plata y plomo –destinados a la exportación– a partir de la galena argentífera, contribuyendo así al fomento de una temprana actividad metalúrgica autóctona. Esta actividad fue potenciada por el hecho de que la Orden de 27 de noviembre de 1840 prohibía la exportación de minerales argentíferos en bruto, por lo que era necesario desarrollar aquí todo el proceso de calcinación y copelación preciso para la obtención de los metales. A partir de 1852, con la nueva legislación que permitía la libre exportación de todo tipo de plomos argentíferos, estas fábricas optarán por calcinar el mineral, exportándolo hasta Gran Bretaña para su copelación.

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