Villaricos, puerto de culturas
1. Orígenes antiguos de la población: Baria-Bayra. Siglos VII a. C. – XII d. C.
Procedentes de Oriente Próximo, comerciantes de la ciudad de Tiro se aproximarán hasta la actual costa de Villaricos hacia la segunda mitad del siglo VII a. C. La elección de este enclave obedecía a las exigencias de este pueblo a la hora de decidir el establecimiento de sus colonias: una situación estratégica junto al mar, con un fondeadero protegido donde atracar sus barcos; proximidad a una zona rica en recursos minerales; cercanía a tierras fértiles que garantizasen el sustento de la población; y que el emplazamiento fuese fácilmente defendible.
Estuco romano que representa al dios Baco emergiendo de una copa, hallado en el Sector 8 del yacimiento arqueológico de Baria, junto a la torre de Villaricos, durante la intervención de emergencia que se llevó a cabo en 2004. Conservado en el Museo Arqueológico de Almería
Reunidos todos estos requisitos, entre los siglos VII y VI a. C. la recién fundada ciudad de Baria se expansionará por el territorio comprendido entre los ríos Almanzora y Aguas creando nuevos centros urbanos y rurales. A esta primera etapa fenicia sucederá una segunda época a partir del 573 a. C., fecha de la toma de Tiro por los babilonios, bajo dominio de la ciudad de Cartago, que sustituirá a la antigua metrópoli libanesa en el control y dominio de la colonia fenicia, aunque habría que decir que en este período, más que súbdita, Baria se convirtió en aliada de la tunecina Cartago. Sin embargo, en el 237 a. C. el general cartaginés Amílcar entra en Baria convirtiéndola en colonia, lo que se tradujo en un nuevo momento de esplendor para la ciudad, que aumentó sus expectativas comerciales, vio acrecentarse su población y, en consecuencia, incrementó la producción de bienes y las mercancías (salazones, metales, productos agrícolas, etc.).
Será en el siglo III a. C. cuando el general Publio Cornelio Escipión la conquiste para Roma, otra etapa en la historia de la ciudad que aparejará un nuevo apogeo económico fundamentado en el incremento de las producciones de salazones, del garum y la púrpura, estos muy apreciados por los nuevos conquistadores debido a la demanda que de ellos se hacía desde distintos destinos del Imperio.
Al igual que el resto de las colonias cartaginesas conquistadas, Baria se romanizó muy pronto mediante una acelerada adopción de las estructuras económicas y políticas de la metrópoli, consecuencia de lo cual fue la obtención del estatuto municipal de ciudad en el siglo I de nuestra era.
Moneda acuñada en Baria. En el anverso la diosa Astarté y en el reverso el árbol de la vida simbolizado por una palmera
Pero es también durante estos primeros siglos de ocupación romana cuando se produce el paulatino abandono de la antigua ciudad fenicia y el origen de un nuevo emplazamiento al oeste que alcanzará su máxima extensión en el siglo I d. C., un núcleo urbano que se consolidará durante los tres siglos posteriores.
La decadencia del Imperio, de la metrópoli, traerá consigo que Baria entre un proceso imparable de pérdida de población. Esta circunstancia, unida al aumento de la inseguridad por las amenazas que procedían del mar, empujó a sus pobladores, ya en época bizantina y visigoda, a adentrarse en tierra y situar un nuevo enclave sobre el cerro de Montroy, situado al suroeste de las estribaciones de Sierra Almagrera. Sobre la meseta de este cerro, a unos 80 metros de altitud, se construyó una atalaya fortificada que resguardaba a la nueva población de Bayra.
En el siglo III d.C., el imperio romano comienza una lenta recesión que afectó a la urbe de Baria y que desencadenó el desplazamiento de los barienses al Cerro de Montroy en el siglo V
Desde la torre puede imaginarse la extensión y distribución que tuvo Baria a lo largo de las sucesivas etapas históricas que se han descrito más arriba. Si miramos hacia el mar, a nuestra izquierda, justo desde la base de la torre se extendía la ciudad fenicio-púnica, la cual se adentraba hacia el norte ocupando un amplio sector de la actual área urbana de Villaricos; si desviamos la mirada levemente hacia el noroeste avistaremos un promontorio donde estuvo el templo fenicio-púnico de Astarté y a su izquierda es visible el amplio espacio ocupado por la necrópolis fenicia-púnica-romana (hipogeos); al oeste de este último punto puede distinguirse el cerro de Montroy, sobre el que se asentó en época tardo-romana Bayra; y dirigiendo nuestra mirada hacia el oeste y sureste, a nuestros pies, se ubicó la ciudad romana.
Mapa de la ciudad fenicia y romana de Baria a lo largo de las sucesivas etapas históricas
2. Los inicios de la población en época contemporánea: de rada de embarque (barrilla y esparto) y estación de baños a puerto de salida de las producciones mineras de Almagrera y Herrerías.
Ya a principios del siglo XIX hubo quien se hizo eco de la costumbre, protagonizada por los villanos de Cuevas, de acercarse hasta la costa de Villaricos en busca de aguas y brisas que atenuasen los ardores estivales. Como ya supimos, una de las primeras alusiones a esta usanza es del botánico Simón de Rojas Clemente durante la visita que cursa a nuestra localidad en la primavera de 1805 con motivo de su viaje científico por el Reino de Granada. Pero aquellos primeros bañistas que refiere no pasaban en la orilla del mar más de una jornada, ya que cumplido su objetivo de aliviar el calor veraniego solían retornar a sus residencias de Las Cuevas.
Sería posible cuestionarse desde cuándo los cuevanos se habían habituado a estos chapuzones veraniegos. Pues bien, por las razones que se van a argumentar, se supone que la refrescante costumbre no era demasiado antigua. Villaricos, como toda nuestra costa levantina, había estado sometida desde la capitulación en 1488 a la permanente amenaza del corso turco y berberisco, que protagonizó en los siglos XVI y XVII frecuentes desembarcos y cabalgadas al objeto de apresar cristianos que luego vendían en los mercados norteafricanos. Este temor mantuvo a las poblaciones alejadas de las playas hasta bien entrado el XVIII, hasta que la costa no contó con un sistema defensivo relativamente eficiente y los tratados de paz y comercio alcanzados entre 1775 y 1791 por la diplomacia de Carlos III con las potencias corsarias del Mediterráneo no ahuyentó aquella amenaza secular.
Panorámica aérea de la torre artillada, con Villaricos al fondo. Tomada a finales de la década de 1970, aún no se había producido la expansión urbanística de esta población marinera, lo que permite apreciar los antiguos escoriales de la fundición Carmelita, una de las más productivas de cuantas se asentaron en torno a Almagrera. Realizada por la editorial Paisajes Españoles. Col. Andrés Martínez Caicedo
La seguridad llegó a Villaricos cuando el siglo de las luces se apagaba, y debió ser por esos años cuando se inaugurase la querencia de los cuevanos por los baños de mar. Es probable que incluso durante este último cuarto del XVIII no hubiese aún personas afincadas de manera permanente en aquella parte, al margen de la guardia de la torre artillada que se ocupaba de la vigilancia costera. Sin embargo, las “Licencias para cortes de maderas en los Montes del término…”, documento que contiene solicitudes desde 1773 y se conserva en el Archivo Histórico de Cuevas, alumbra lo que pudo ser una de las primeras actividades que se desarrollaron en la rada de Villaricos como consecuencia de estos nuevos tiempos más seguros.
De este modo, por mayo de 1785 obtiene licencia el escribano de la villa de Cuevas, Francisco Josef Martínez Valera, quien por entonces se dedicaba “en beneficio de los Pobres de esta Población” a la recolección del esparto que producían los montes de la localidad, según él en cumplimiento de lo que preconizaban las reales pragmáticas promulgadas por la Corona para el fomento de la industria y el comercio. La cosecha se acopiaba en Villaricos y desde su playa se embarcaba hacia distintos puertos, sobre todo del extranjero. Pues bien, nuestro escribano se veía en la necesidad de proporcionar albergue al “guarda que custodia y recibe dicho esparto”, por lo que requería la autorización para el “corte de sesenta latas y latones [de ramas] que se dicen necesarios para una barraca”. En otras palabras, cierta actividad económica y comercial comienza a afianzarse en las playas de Villaricos –relacionada en esta ocasión con el esparto, una de las materias primas más abundantes de esta geografía– medio siglo antes de que la minería y la metalurgia lo transformasen en uno de los puntos de embarque y desembarque más importantes del litoral levantino.
Licencia, fechada el 21 de noviembre de 1885, para cortar y extraer madera con destino a distintos usos. Conservada en el Archivo Histórico Municipal de Cuevas del Almanzora
Pero volvamos a los baños. Por la misma época en que Rojas Clemente recogía la costumbre de desplazarse hasta la antigua Baria para zambullirse en las frescas aguas del Mediterráneo, se detecta en la documentación del cabildo cuevano una acumulación de solicitudes por parte de las familias privilegiadas al objeto de reclamar terrenos para construirse casa en aquel paraje costero. Sabemos que Miguel Soler Molina, el que unas décadas después descubrirá la galena argentífera de Sierra Almagrera, ya la poseía en 1808 porque así se precisa en la solicitud presentada por Alonso González-Grano de Oro Soto, “caballero maestrante de la Real de Ronda”, que pretende licencia municipal para levantarse su propia “casa de recreo para tomar baños de mar”, cuyos terrenos lindan con los de “D. Miguel Soler y Consortes”. Es decir, la clase privilegiada, los hacendados cuevanos, ya no se conformaban en los albores del XIX con desplazarse durante la jornada, darse el chapuzón y retornar a la villa, ahora aspiraban a pasar la temporada de baños en lugar fresco, bajo el benéfico influjo de las brisas marinas, alejados del riguroso verano que castigaba cada año la villa. La presencia de Soler y sus hijos en aquella parte de la costa no se reducirá en el futuro a esta costumbre estival, pues tres décadas más tarde, tras el inicio de las explotaciones de Almagrera, serán de los primeros en elegir este punto para ubicar su establecimiento metalúrgico, embrión del emporio fabril que posteriormente se extendería por toda aquella franja litoral.
Ahora bien, unos cuantos años antes, un episodio protagonizado por Soler vendrá a confirmar el afianzamiento de esta temprana colonia de baños. Transcurre el año 1827 y nuestro protagonista ha decidido aunar sus esfuerzos a otros distinguidos veraneantes con el objetivo de dotar a Villaricos de un lugar de culto, puesto que “muchos feligreses se quedaban en los días festivos sin oír el sacrificio de la misa en la época de los baños” Por esta razón decide obligarse mediante escritura pública [Escribanía de Francisco Javier Martínez Caparrós, 22 de febrero de 1827], en unión al presbítero Torcuato Soler Bolea, Ginés Casanova Mula y Francisco de Paula Soto y Soler, a edificar una ermita en aquel sitio y a “surtirla de todos los ornamentos y alhajas necesarios para celebrar el Sto. Sacrificio de la Misa en beneficio de los fieles por la mucha concurrencia en dicho paraje y distancia notable de las demás que hay construidas”. Y era tal el compromiso que asumían con esta dotación, que debía materializarse a sus expensas, que se obligaban a responder ante “las Justicias y Jueces de S. M.” con “todos sus bienes muebles y raíces presentes y futuros”. Al final, los impulsores de esta iniciativa, que pretendía dar respuesta a una por entonces necesidad imperiosa e ineludible, serán autorizados por la Diócesis de Almería para levantar la nueva ermita cuyos trabajos, ante el grado de corresponsabilidad adquirido, se iniciaron en los meses sucesivos y quedaron concluidos en breve.
El inicio de las explotaciones mineras en Sierra Almagrera a partir de 1839 incrementó la actividad en la rada de Villaricos, desde donde se embarcaba una buena parte de la producción metalúrgica en forma de lingotes y galápagos de plata y plomo con destino preferente al puerto francés de Marsella, y hasta donde llegaban los buques que, principalmente de Inglaterra y Francia, transportaban el carbón necesario para avivar los hornos de las fundiciones. Sin embargo, en estos primeros compases de la actividad minera nada se hizo por crear una infraestructura portuaria que facilitase estas operaciones; hubo que esperar a que el capital extranjero se interesase por Almagrera para que se produjesen inversiones en los medios de transporte y embarque de minerales desde Villaricos. Si hubo una compañía que destacó en esta necesaria dotación esa fue la francesa Société Minière d’Almagrera del ingeniero Luis Siret, máximo directivo de la misma en España, que finalizaría en 1907 la construcción de un ferrocarril de tracción de sangre que conectó los centros productivos de El Arteal y Las Herrerías con el punto de embarque de Los Hortelanos en Villaricos. De este trazado ferroviario se conservan aún lo dos túneles que salvaban las últimas estribaciones de la sierra y en la actualidad comunican la Necropolis de Baria y las inmediaciones de la cala Siret, a escasos cien metros de nuestra torre artillada. Fue esta misma empresa gala la que entre 1913 y 1914 levanta un moderno cargadero de estructura metálica, cuya cinta transportadora podía desplazar desde las tolvas unas 500 toneladas de mineral de hierro a la hora. De esta infraestructura aún se conserva el estribo –conocida como la “culata”– y la pila –popularmente llamada “pata del muelle”– sobre la que descansaba el primer apoyo de los tres que sustentaban el cargadero. También se han conservado algunos muelles auxiliares visibles desde el paseo marítimo.
Cargadero metálico de mineral de Villaricos. Construido entre 1913 y 1914 por la francesa Société Minière d’Almagrera, que dirigía el ingeniero Luis Siret, fue concebido para facilitar y abaratar las labores de carga del mineral de hierro que la citada compañía extraía de sus minas en Almagrera y Herrerías. Foto de José Ballestrín Fernández-Corredor. Col Enrique Fdez. Bolea
3. Principal centro metalúrgico de los cotos mineros levantinos
Aunque los primeros establecimientos metalúrgicos que fundieron minerales procedentes de Sierra Almagrera estuvieron enclavados en su vertiente de tierra, concretamente en la Boca de Mairena, salida natural del barranco del Jaroso, muy pronto las sociedades que explotaban las minas ricas decidieron instalar estas fábricas en la costa, ya que esta posición facilitaba las futuras operaciones de embarque de metales –casi toda la producción se exportaba– y el desembarco del carbón que precisaban los hornos de calcinación y copelación.
La primera fundición que eligió Villaricos como enclave fue la Carmelita. Manuel Soler Flores, uno de los mayores accionistas de Carmen y su tesorero, solicitará permiso al Estado en febrero de 1841 para edificar, junto a la torre de defensa de Villaricos (sobre las antiguas ruinas de Baria), una fábrica metalúrgica. Concedida la autorización en abril del mismo año, las obras se efectuaron con celeridad, ya que el 21 de agosto de 1842 se procedía a la calcinación de la primera partida de mineral procedente de Carmen. Uno de los aspectos más llamativos de la dotación técnica del establecimiento es que sus ocho hornos de manga estaban alimentados por el viento que producía una máquina de vapor de 10 caballos de potencia; además, tenía dos grandes hornos de copelación. Se nutría esta fábrica de las 60.000 arrobas de mineral que, de media, producía mensualmente Carmen, así como de las 1.500 que durante el mismo período aportaba Ánimas, otra de las minas de la empresa. La Carmelita se organizaba bajo la forma de una sociedad de 16 acciones en la que estaban interesados principalmente socios de la minera Carmen y Consortes.
Pero la predilección por Villaricos no la demostraron solo los de Carmen. El cura José Sánchez Puerta, párroco de Cuevas, logró organizar una sociedad constituida por 23 acciones, en la que se interesaron mayoritariamente los socios de la compañía minera Esperanza y Consortes, quienes a partir de ese momento los minerales de sus explotaciones en las nuevas instalaciones que entraron en funcionamiento a finales de 1842 al norte de la aldea. Los ocho hornos de fundición de la “Fábrica del Cura”, que consumían unos 300 quintales de mineral al día, comenzaron a funcionar en diciembre del citado año y empleó a unos 90 operarios. Fue una de esos pocos establecimientos metalúrgicos del distrito que prolongó su actividad durante más de medio siglo sin apenas interrupciones y con unas cifras medias de producción más que aceptables.
Chimenea y galería de condensación de humos de la fundición Esperanza, también conocida como la “Fábrica del Cura”. Entró en funcionamiento en 1842, sólo tres años después del hallazgo del filón de galena argentífera del Jaroso. Fotografía de Carlos Herguido
Otra de las fábricas de fundición que escogió Villaricos fue Tres Amigos, propiedad de un grupo de socios madrileños, entre los que destacaba por su posición el esposo morganático de la reina regente María Cristina de Borbón, el duque de Riánsares. Que coincidiese el inicio de su actividad con los síntomas más tempranos de la crisis del ramo favoreció su superación y la consolidación de un negocio que no había comenzado con muy buen pie, y esta paradoja puede explicarse porque las negativas vicisitudes de 1848 (hechos revolucionarios en Francia), con el cierre del puerto de Marsella como principal consecuencia por donde se exportaba casi todo el metal producido, provocó la paralización generalizada del sector en el distrito de Almagrera. Sin embargo, Tres Amigos supo aprovechar la paralización de otras fundiciones, como San Ramón de Garrucha, para atraer los minerales en bruto hacia sus hornos. Contaba con ocho hornos circulares servidos por un ventilador que se activaba a través de tracción animal. A finales de 1848 la más joven de las instalaciones de Almagrera se encontraba en plena actividad, aunque ésta no se dilató en exceso porque en 1856 sus hornos habían dejado de fundir.
Más tarde, ya en la década de 1870, tras los hallazgos de plata nativa en Las Herrerías, los empresarios mineros continuarán mostrando su favoritismo por Villaricos para instalar nuevas fábricas de fundición, aunque en esta ocasión eligieran las playas situadas al norte de la aldea. Allí se afincaron Dolores, Santa Ana, Invencible y la última que estuvo en activo, Esperanza II o Fábrica Nueva, que cerró sus puertas en los primeros años del siglo XX.
Ruinas y escoriales de la fundición La Invencible, al norte de la población de Villaricos, donde se instalaron a partir la década de 1870 un considerable número de establecimientos metalúrgicos. Fotografía de Carlos Herguido
4. Su actual vocación turística y cultural
Villaricos es hoy el principal centro turístico de Cuevas del Almanzora. A lo largo de más de doscientos años ha sido el enclave costero escogido para atenuar los ardorosos estíos, convertido durante este dilatado período en colonia de veraneo de Cuevas. Una sucesión de playas arenosas al sur de la población, las características escorias negras –evidencia de una importante actividad metalúrgica durante el XIX– que tapizan sus abiertas calas urbanas, y las apartadas, recoletas y cristalinas calas que caracterizan la costa al norte de la localidad satisfacen las variadas exigencias de quienes quieran venir a disfrutar de estos valores naturales y de un clima privilegiado durante todo el año.
Estas condiciones garantizan la práctica de todo tipo de actividades náuticas, desde el submarinismo hasta el piragüismo, desde la pesca con caña hasta la fotografía subacuática. Y el paisaje histórico que rodea a esta estación de baños es un aliciente añadido para la práctica del senderismo, unos recorridos que se desarrollan entre ese Mediterráneo esplendoroso que acaricia la acantilada costa y los restos mineros, de antiguas fundiciones, cargaderos de mineral, galerías de humos, chimeneas, embarcaderos, hornos y planos inclinados que salpican la vertiente de mar de la Sierra Almagrera. Igualmente placentera es una relajada caminata por su serpenteante paseo marítimo, entre los dos puertos deportivos con que cuenta la localidad, un recorrido que nos permitirá apreciar los vestigios de aquel tiempo, en los inicios del siglo XX, cuando a través de su cargadero se embarcaban miles de toneladas diarias de mineral con destino a distintos países europeos.
Puerto deportivo y pesquero de Villaricos, un espacio que aúna los dos sectores principales de actividad de la actual población: el pesquero y el turístico. Fotografía de Carlos Herguido.
Con una población de 715 habitantes (2022), que llega a triplicarse en época estival, es una de las pedanías más importantes del municipio, sólo superada en número de habitantes por Palomares. Este peso demográfico, tanto permanente como estacional, unido a sus valores naturales, paisajísticos, históricos, y su temperada climatología durante todo el año la han convertido en un referente turístico del Levante almeriense, siendo destino vacacional no solo para quienes habitan en esta comarca, que suelen contar en la localidad con una segunda residencia, sino también para un flujo de veraneantes procedentes del resto de España y de países como Gran Bretaña. Esta mayor afluencia, consolidada en las últimas décadas, ha hecho crecer la oferta de alojamientos en alquiler y el número de establecimientos dedicados a la restauración que ofrecen una deliciosa gastronomía fundamentada en los productos de proximidad, especialmente en las variadas especies de pescados capturadas a poca distancia de sus playas.